La magia de la feria sileña de San Miguel

En el corazón de la Sierra de Segura, tierra de pinos y olivares, se encuentra un pequeño pueblo de casas blancas y paisajes teñidos de verde. Siles, como cada septiembre, celebra a finales de mes una de sus fiestas más conocidas: la Feria de San Miguel. Los vecinos y vecinas de la comarca esperaban como agua de mayo el encuentro de lugareños y visitantes entre ritmos que suenan a pasodoble, rumba y sevillanas. Y es que por primera vez en muchos años, se suspendieron todos los festejos habituales por motivo de la pandemia, incluida la Feria de San Miguel.

“La Merce”, natural de Siles, lamentaba la situación del pueblo que le vio nacer: “Este año ha sido muy triste. El pueblo ha estado vacío comparado con otros años, los puestos cerrados y los bares a medio gas. Na, este año como si na”.

Es por ello que la decisión de celebrar la feria ha devuelto a los sileños una dosis de esperanza.

Filas de farolillos de colores y mantones de manila colgados, vestían la plaza de la Glorieta, rodeada de pinares y montañas. La carpa situada al lado de la gran fuente de piedra que da la bienvenida a la plaza, acogía a decenas de lugareños que esperaban con ilusión el comienzo del espectáculo.

A las 13.00 horas, el grupo musical jienense Ritmo del Sur, con más de 20 años de trayectoria recorriendo escenarios, daba inicio al concierto. Una guitarra clásica española, un piano, y una voz flamenca hacían sonar sevillanas, rumbas, pasodobles y fandangos.

Los hermanos Cristóbal y Pedro Moreno entonaban letras que hablan de los paisajes característicos de los pueblos de Jaén, del amor a una madre, de los seres queridos que ya no están, o de la magia de volver al lugar de tus raíces. Entre aplausos y algunas lágrimas de emoción, el público devolvía al grupo su agradecimiento por poner música a unas fiestas tan emotivas.

Ay si pudiera volver a los brazos de mi madre para decirle otra vez que la quiero con locura y que jamás la olvidaré” cantaba Carrasco. Más de un asistente alzó la vista al cielo y rezó el estribillo. El concierto fue un verdadero festival de emociones. No todo fue nostalgia. La rumba levantó el ánimo e hizo bailar y cantar al público desde la silla.

En la última fila, una pareja de ancianos levantó los brazos y siguió el ritmo con los pies. Se percibían grandes sonrisas tras las mascarillas.

Tras hora y media de concierto, los músicos fueron despedidos entre vítores y aplausos. Los sileños salían ordenadamente de la carpa dispuestos a seguir disfrutando de la feria. Las temperaturas propias del veranillo de San Miguel permiten disfrutar a los sileños de un tapeo en mesón de La Glorieta o en la terraza del bar La Mezquita.

Sin duda, un año distinto. Sin verbenas, sin puestos, y una menor afluencia. Las consecuencias derivadas de la pandemia se hacen notar, pero los sileños y sileñas pudieron revivir esa sensación tan mágica que sólo conoces cuando vives profundamente tu pueblo.

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